Cuando evocamos un momento dichoso, generamos en nuestro campo emocional la misma sensación del recuerdo. Ésta crea una realidad privada de idéntica naturaleza, muy cercana al yo mas intimo. A medida que mantenemos esa sensación, la proyección intima se va expandiendo, y se va proyectando en una realidad muy cercana pero mas amplia. Tal vez evocábamos un momento en que nos sentíamos muy amados; entonces, con esa sensación, miramos al ‘otro’ y éste nos sonríe. De nuevo nos retroalimentamos de esa nueva imagen que mantiene nuestra sensación, miramos mas lejos, y un entorno más amplio y general se vuelve amable y generoso a nuestros ojos.
Así vamos creando un mundo, cada vez más extenso, que es el reflejo de nuestro sentir, de nuestra vibración.
Llega un momento en que ésta es nuestra nueva realidad, la cual ha conjugado una serie de elementos con los que interactuamos, y a eso lo consideramos nuestra vida.
Si te fijas, en tu experiencia vital no estás usando todos los elementos que la vida te plantea. Tu vibración selecciona unos cuantos y cierra la atención a otros. Estos elementos no están juntos formando una unidad: se unifican en ti, se los lleva tu atención, cuya cualidad viene determinada por tu vibración. Pero ahora mismo puedes mirar detenidamente, enfocar lo que siempre habías obviado y elegir nuevamente. Para ello sólo tienes que dejar de vibrar como lo has estado haciendo, y conectarte con la vibración que te vincula con ‘eso’. Lo otro, lo anterior, desaparecerá entonces para tus sentidos, de modo que dejará de existir.
Graciela Bárbulo
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