Le quité la máscara al personaje que me aterraba,
al que me enervaba,
al que me ofendía,
al que me hostigaba,
al que me juzgaba…
Y en cada caso, me la iba poniendo, frente al espejo.
Y en cada caso me reconocí.
Le quité la máscara al personaje que me amaba,
me la puse
y me reconocí.
Mientras,
decenas de almas cómplices
quedaron, inocentes,
libres de máscaras,
ante mí,
inocente,
libre de máscara.
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