La vida a veces da golpes
a los más afortunados.
La vida me ha dado un golpe,
de esos que no son duros, ni obvios,
pero persisten, persisten, como arenas movedizas,
lentos, constantemente.
De los que no se definen
ni para pedir ayuda.
Hay golpes con hematoma
que sube y baja,
rasgaduras que sangran y cicatrizan,
con calidad de obvio, que dan la cara.
Y uno se enfrenta a ellos a su manera;
los define,
comparte,
y pide ayuda.
Pero mi golpe comenzó en caricia
sutil,
suave, lenta, repetida,
insistente, prolongada, abrasiva,
interna,
invisible.
Fue preciso drenar
la vida para encontrarlo,
dejar de ser por verlo;
evaporarse.
Y ahí estaba mi golpe,
germinando día a día
en mi ignorancia,
creciendo dentro de mi nombre.
Tuve que despojarme de mí misma.
Pero encontré mi núcleo, y no era eso.
Fue desnudarme y verlo
caer
en tierra estéril,
mezclarse con el todo,
desnudarme y ser nada
para saberlo.
Graciela Bárbulo
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