Siéntate en una cafetería,
o vete a un lugar en el que haya gente interactuando, y percibe…
Consigue percibir que todo
lo que se te muestra es la representación de lo invisible. Cada cosa que sucede
es un reflejo de algo imperceptible para los sentidos.
Mira a esa persona que
toma café a tu lado, a esa pareja que…
¿Están ellos allí? ¿Están
en tu mundo?
¿Quien los puso allí? ¿Qué
representan? Lo que sea que representen, sucede para ti. Cada una de esas
personas está en un lugar diferente al que tú los ves.
…
Enfrente de mí había una
pareja relativamente mayor. Él vestía traje y corbata y ella iba informal. Él
hacía poses seductoras desde un nivel de importancia personal, y ella le
mostraba admiración. Para mí eran dos comensales cenando en una mesa frente a
la mía. Pero para cada uno de ellos era un mundo diferente al mío y al del
otro. Tal vez él estaba intentando tener una aventura, y esa tarde, desde su
trabajo, hastiado de pensar en pasar una noche igual a las anteriores, la llamó
desde su despacho y le propuso un encuentro. Tal vez ella estaba en su mundo
rutinario y recibió su llamada con la ilusión de poder encontrar la posibilidad
de crear una nueva familia. ¡O tal vez no! Pero seguro que lo que yo percibía
era sólo un reflejo de lo que yo, personalmente, estaba viviendo, y poco tenía
que ver con la realidad de cada uno de esos mundos.
A mi izquierda cenaba una
pareja joven, relajada. Los dos hablaban con soltura, cómplices, sin aderezos.
Parecían tener mucha confianza el uno en el otro. Yo veía lo que describo, pero
en un momento la mirada del chico y la mía se cruzaron casualmente, y me di
cuenta de que estaba viendo la fachada de un mundo oculto para mí, del mismo
modo que él no podía advertir de mí más que la imagen de lo que yo podía
representar en su mundo.
Entonces observé el global
y sentí que percibir todo aquello era estar ciego a la realidad. Todo lo que
podía ver y oír era mi propio mundo. Ni siquiera yo estaba en algún lado. Yo,
simplemente ‘era’. Y en ese estado de conciencia percibí mi interior, el foco
de toda aquella proyección. Concebí el origen de lo que estaba viendo e
interpretando mientras todo ello quedó como la pantalla de una realidad que
está oculta a los sentidos, pero perceptible a través de la negación de su autenticidad
como algo más allá que meros símbolos.
En ese estado, comprendí
que todo nacía de, y en, él. Por un momento se me pasó la idea de que podría
dar un barrido a todo ello desde mi interior y pasar a otro escenario. Pero lo
único que pude hacer fue tomar conciencia de que estaba en el ‘lugar’ desde el
que, haciéndose consciente y dueño de él, es posible cambiar la realidad personal.
Estaba en el lugar desde el cual, inconscientemente, estoy creando. Por lo
tanto, estaba, así mismo, en el núcleo de mi Creación Consciente.
Para mí, ese estado al que
accedo entre la gente que forma parte del decorado de mi realidad en un momento
dado, es lo más parecido a la meditación.
Cuando cierro los ojos, lo
único que puedo hacer es proyectar.
Graciela Bárbulo